<<La amaba porque era distinta, porque no tenía nada que ver conmigo, porque no conseguía entenderla.
Todo aquel envoltorio de pliegues y remetidos que había creado yo haciendo la cama, todo aquel aparato cartesiano se desmoronaba en cuestión de segundos y todo volvía al amasijo informe que había sido antes de que yo probase mis cualidades domésticas. Las mantas resbalaban perezosas, caían al suelo desde la cama, y un trozo de sábana permanecía enrrollado entre sus piernas. Y yo no deseaba plantearme, como no me planteo ahora, las razones de aquella plenitud. Era feliz, pertenecía a aquella cama y a aquel espacio, como pertenecía a la dueña de aquella casa. Y en aquellos momentos puntuales, no sabía por qué, ni lo necesitaba. Pero cada vez que me hablaba, y me tocaba, y me rodeaba con sus brazos sólidos y presentes, sabía que estaba allí porque debía estar allí, porque aquel era el sitio, la cama, el tiempo y el espacio que me correspondían. Cuando no estaba allí seguía estando, cerraba los ojos y volvía a estar allí . Mi cuerpo, mi parte física, todo lo que en mí haya de irracional e incomprensible, todo lo que no se plantea razones ni futuros, ni compromisos, era suyo, a ella volvía en sueños y en vigilia, en un lugar intangible y supuestamente irreal, en un espacio y en un tiempo no encuadrables en coordenadas; en mi cabeza, en lo más profundo de mi persona. Viaja de mí a mí mismo, hacia dentro, y la encontraba. Aquella parte de mí era suya, le pertenecía.
Ella era un regalo entregado en un envoltorio de sábanas y mantas, así fue desenvuelta.>>
Beatriz y los cuerpos celestes.
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