martes, 16 de octubre de 2012

 
 
 
 
 
Mientras pasa la estrella fugaz
acopio este deseo instantáneo.
Montones de deseos hondos y prioritarios,
por ejemplo, que el dolor no me apague la rabia;
que la alegría no desarme mi amor;
que los asesinos del pueblo se traguen
    sus molares caninos e incisivos
    y se muerdan juiciosamente el hígado;
que los barrotes de las celdas
    se vuelvan de azúcar o se curven de piedad
    y mis hermanos puedan hacer de nuevo
    el amor y la revolución;
que cuando enfrentemos el implacable espejo
    no maldigamos ni nos maldigamos;
que los justos avancen
    aunque estén imperfectos y heridos;
que avancen porfiados como castores,
    solidarios como abejas,
    aguerridos como jaguares,
    y empuñen todos sus noes
    para instalar la gran afirmación;
que la muerte pierda su asquerosa puntualidad;
que cuando el corazón se salga del pecho
    pueda encontrar el camino de regreso;
que la muerte pierda su asquerosa
    y brutal puntualidad,
    pero si llega puntual no nos agarre
    muertos de vergüenza;
que el aire vuelva a ser respirable y de todos
y, que vos muchachita, sigas alegre y dolorida...
    Poniendo en tus ojos el alma
    y tu mano en mi mano.

y nada más,
porque el cielo ya está de nuevo torvo
    y sin estrellas
con helicópteros y sin Dios.

Mario Benedetti. "Trece hombres que miran".
 
 


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